domingo, 18 de diciembre de 2011

En Londres empezó todo

La sonrisa eterna, los demonios ingleses, el palo del golf que Ronaldihno le pidió prestado a Severiano Ballesteros para colocar el balón en el fondo de la red en el gol que nos dejó de piedra y la bronca final. Así se despidió el Barcelona de la Champions en uno de los terribles duelos contra el Chelsea del eterno Mourinho a mediados de la década pasada, no contaban con Leo Messi.

Un año después, la sed de venganza, las ansias de victoria y el objetivo de una copa de Europa que acompañase a la solitaria orejona del equipo de Cruyff conseguida tiempo atrás, las camisetas fosforitas, el infame campo pasto de los topos que presentó el club londinense y las miles de gargantas rebosantes de cerveza y sed de sangre a un metro y medio del enano que debía correr por esa banda derecha. El enano de Messi.


La única novedad en un equipo que venia de ser vapuleado un año atrás, un argentino de la cantera que empezaba a despuntar en Liga, nadie esperaba que el equipo fuese él sólo. El superbarsa de Rijkaard encomendado al enano. 18 años. Con Xavi lesionado y un Iniesta viéndolo desde el banquillo (ninguno eran titulares en un equipo formado por Valdes; Belletti, Puyol, Oleguer, Van Brockhorst; Motta, Edmilson, Messi; Ronaldinho, Deco, Eto’o.

Ni las patadas, ni el ambiente hostil ni las provocaciones frenaron al chaval que se echó al centenario Futbol Club a la espalda y tiró del carro él solo. Ni los galones del trío atacante pudieron más que él, ni el terrible Chelsea (que mereció una Copa de Europa pero el fútbol ya se sabe no siempre es justo) pudo con él. La victoria dejó medio sentenciada una eliminatoria de la que la plebe recordará las declaraciones de Mourinho ensalzando las virtudes del Liceo de Barcelona y no el tiro con rosca que el enano casi pinchó en la cruceta. Pero poco importaba ya. Pasado el escollo más importante, el Barcelona meses después levantaría su segunda orejona tras una final que Messi se perdió por lesión.

Hoy, 5 años después, el enano acaba de levantar su segundo mundial de clubes. Falta menos de un mes para que, salvo sorpresa o votos por injustas compensaciones, reciba su tercer balón de oro. Acompañado de la mejor pareja de baile, unos Xavi e Iniesta en plena madurez futbolística y a un nivel reservado sólo para los dioses del balón, nadie duda de que es el mejor. Pero que tampoco nadie dude de su independencia respecto a la pareja de bailarines porque ya demostró, hace mucho tiempo, que en el campo el más grande es el más pequeño, como se vio en Londres una fría noche que el mundo se quedó helado.


P.D. A Messi, con casi todo ya hecho, lo llaman en Brasil esta tarde el rey de fútbol; Segurola, genio de la pluma y visionario como pocos, lo vio venir aquella noche y le dio la corona con todo por demostrar.


Crónica de Santiago Segurola en “El País” de la gélida noche londinense: “Proteger a un genio”.

El partido


viernes, 16 de diciembre de 2011

Trinche Carlovich

En estas fechas de poca memoria y muchas expectativas, Informe Robinson nos descubre la historia de Tomás Carlovich. Mito viviente.


Nacido en Rosario, cuna de mucho fútbol y más talento.  El trinche, hijo de un emigrante serbio afincado en la localidad santafesina, nació con la pelota de trapo pegada al pie. Tras su descarte en Rosario Central por técnicos que apostaban por el físico en detrimento del toque –una locura según relatan los ex-futbolistas del documento-, Carlovich se hizo famoso en Central Córdoba, equipo de “la B” argentina.

Entre gritos y admiración, Carlovich se fue haciendo mito partido a partido. El áura de genio desenfadado crecía con la masa de seguidores y fanáticos que le seguían semana tras semana. Marcelo Bielsa, célebre rosarino, no dejaba escapar un fin de semana sin verlo jugar. Con maneras de Fernando Redondo y un toque deseado por el mismo Riquelme (comenta un figura) se hizo mito viviente.

La constancia y el trabajo duro no iban con Carlovich, que se hastiaba de los entrenamientos y los madrugones y mientras disfrutada de jornadas de pesca. El partido de su vida tuvo lugar en el amistoso del combinado rosarino (donde también se encontraba un tal Kempes) contra la selección argentina que poco después viajaría hasta Alemania para competir en el mundial. En un repaso inédito, el Trinche lideró a su escuadra  en un espectáculo digno del mejor escenario. La historia estaba escrita.

Pekermann, Kempes, Valdano, Menotti y otros sabios se rinden a Carlovich. El mito acabó su trayectoria tras 20 días de su fichaje por Colón, cuando se compró un coche y volvió a Rosario porque no aguantaba más.

Carlovich, con una percha similar al del actual Maradona que aquel pibe bien parecido al reciente fallecido Sócrates, responde con sorna y una sonrisa de oreja a oreja a la retahíla de anécdotas y leyendas que circulan sobre él. El pasotismo con los entrenamientos, su constante  actitud desenfada, la convocatoria de la selección absoluta por parte de Menotti a la que no acudió porque, según él, ni se enteró, su falta de ambición y demás menesteres.

Tras dibujar una sonrisa al reflexionar sobre “lo que pudo ser y nunca fue”, su falta de profesionalidad y el mito y leyenda en que se convirtió; el periodista le pregunta qué daría por volver a tener veinte años (y poder volver jugar al fútbol), y el gitano, como le conocen los que le vieron jugar, se echa a llorar.

Una historia de un jugador que pudo serlo todo y fue todo lo que quiso: un tipo que solo quería jugar al fútbol. Un potrero de 10 con una historia digna de la más refinada y antigua máquina de escribir. Tomás Carlovich.

PD Maradona recien fichado por Newells: “Dicen que llegó el mejor, pero hay uno que es de acá y fue mejor que yo, un tal Carlovich”.


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