“Nadie es una isla, completo en sí
mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el
mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera
un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de
cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por
consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
John Donne
Luisito derramando
lágrimas de felicidad después de casi condenar a los ingleses es la imagen de
la copa del mundo hasta el momento. Es el Luisito que sólo corre en el campo,
que llegó al mundial en silla de ruedas y salió del campo a hombros de sus
compañeros porque a Luisito hay que cuidarlo. Roy Hodgson diciendo que Luisito “is
not a world class player” y agachando la cabeza como un buitre leonado devorado
por la autocompasión es el fútbol tomándose lo que es suyo y repartiendo el
resto para los demás. Es la justicia divina y es lo que era justo. Es el hombre llevado en volandas como el torero que es. Luisito
festejando con el fisio en una banda y emocionado con el compañero en la
banqueta porque sabía que había destrozado Inglaterra. Porque Luisito trotando semilesionado para fusilar con un
trallazo a los sajones es un hombre redefiniendo los conceptos del fútbol
conocido. Es el Luisito con el que crecimos, el que ilusiona temprano por la mañana y el que nos levanta del sillón. Un animal tirando del carro de un país entero, un
héroe clásico. Un guerrero. Luisito es, hasta ahora, el hombre del Mundial.
Tirando de
otro carro, uno viejo y desvencijado, se encuentra, no muy lejos de allí, Leo
Messi. Con casi treinta años de esperanzas argentinas proyectadas en su pierna
izquierda, un entrenador a cuadros y toda la presión del mundo está rompiendo,
también, el Mundial a balonazos. Celebrando cada gol con rabia y la certeza de saber que cada uno de ellos vale su peso en oro. Con Gago y Mascherano como mejores escuderos,
Messi tiene por delante una misión
quijotesca y casi imposible. Veremos si el estoico empeño de estos pequeños
soñadores por no dejar que un combinado europeo levante lo que un día fue la
Jules Rimet en territorio sudamericano eclosiona en un campeón de época. Por
ahora, estos héroes terrenales se tendrán que buscar en las gradas el empuje
que difícilmente encontrarán en sus compañeros, pero nunca se sabe. No sería la
primera vez que veamos algo así.
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