sábado, 20 de febrero de 2016

La última de Sorrentino


No puede uno acercarse al cine a ver la última de Sorrentino y antes sacudirse los complejos por su obra. Tras la seductora fascinación de una Roma mundana y ruidosa pero oculta e inaccesible, el director nos traslada a un idílico balneario perdido en los Alpes suizos en el que el baile de personajes oculta muchas historias pasadas y pocas venideras. Allí, la profunda y sensible urbanità romana opuesta a la excentricidad de los personajes de La gran belleza da paso a un escenario rural e idílico donde el elenco se lleva todo el protagonismo. La obra reflexiona sobre el paso del tiempo y la subjetiva percepción de los que lo padecen: nosotros. Y a través de una compleja red de relaciones personales, familiares y profesionales éstos se suceden en la rutina diaria del centro y sus (o no) quehaceres. En este monótono escenario, contrario a la rimbombante sonoridad de “La gran belleza”, Sorrentino enfatiza esta vez en la psicología atormentada de unos personajes hastiados consigo mismos, con la vida y con todo en general. Pero al igual que en su antecesora romana, los acaba situando en una inevitable encrucijada donde tendrán que enfrentarse a sus propios miedos. Para este elenco con personalidades tan polimórficas, el cineasta napolitano prescinde del magnetismo de Toni Servillo (su actor fetiche) presentándonos un Michael Caine (muy bien acompañado por Harvey Keitel), quien protagoniza la historia. La personal huella de Sorrentino queda patente en cada plano, la mayoría servidos para un deleite y fascinación visual a la que el director empieza a acostumbrarnos, acompañados por una precisa -casi quirúrgica- inserción musical (se siente, Lars von Trier). Resumiendo, el cine de Sorrentino pide a gritos una necesaria visualización en solitario y a oscuras, nos expone ante nosotros mismos y obliga a sacar todo lo que llevamos dentro, que es básicamente lo que se pide a una muy buena película. Sobre la escena de la pituti en la piscina, mejor no decir nada. En realidad, como toda la obra de Paolo, solo hay que mirarla atentamente. Todo está allí.
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