No puede uno
acercarse al cine a ver la última de Sorrentino y antes sacudirse los complejos
por su obra. Tras la seductora fascinación de una Roma mundana y ruidosa pero
oculta e inaccesible, el director nos traslada a un idílico balneario perdido
en los Alpes suizos en el que el baile de personajes oculta muchas historias
pasadas y pocas venideras. Allí, la profunda y sensible urbanità romana opuesta
a la excentricidad de los personajes de La gran belleza da paso a
un escenario rural e idílico donde el elenco se lleva todo el protagonismo.
La obra reflexiona sobre el paso del tiempo y la subjetiva percepción de los
que lo padecen: nosotros. Y a través de una compleja red de relaciones
personales, familiares y profesionales éstos se suceden en la rutina diaria del
centro y sus (o no) quehaceres. En este monótono escenario, contrario a la
rimbombante sonoridad de “La gran belleza”, Sorrentino enfatiza esta vez en la psicología
atormentada de unos personajes hastiados consigo mismos, con la vida y con todo
en general. Pero al igual que en su antecesora romana, los acaba situando en
una inevitable encrucijada donde tendrán que enfrentarse a sus propios miedos.
Para este elenco con personalidades tan polimórficas, el cineasta
napolitano prescinde del magnetismo de Toni Servillo (su actor fetiche) presentándonos
un Michael Caine (muy bien acompañado por Harvey Keitel), quien protagoniza la
historia. La personal huella de Sorrentino queda patente en cada plano, la mayoría
servidos para un deleite y fascinación visual a la que el director empieza a
acostumbrarnos, acompañados por una precisa -casi quirúrgica- inserción musical (se
siente, Lars von Trier). Resumiendo, el cine de Sorrentino pide a gritos una necesaria visualización en solitario y a
oscuras, nos expone ante nosotros mismos y obliga a sacar todo lo que llevamos
dentro, que es básicamente lo que se pide a una muy buena película. Sobre la
escena de la pituti en la piscina, mejor no decir nada. En realidad, como toda
la obra de Paolo, solo hay que mirarla atentamente. Todo está allí.